Si los lectores de PlanetAVino están leyendo estas líneas es muy probable que, por estas mismas fechas del paso de noviembre a diciembre, tengan a su disposición una nueva edición anual de la Guía Proensa. La extraña, inestable y cambiante (según las latitudes) situación actual ha tenido muchas consecuencias de distinto signo y una de ellas es que nadie puede estar seguro de poder cumplir sus planes. Lo que hace que se lleven los demonios al responsable de esta editorial, que es el director de esta revista y autor de la guía y no se desprende de su neurosis con la puntualidad.
Todo el mundo dice que ha sido un año raro. En el caso de la información vinícola, lo llamativo es que las agendas quedaron limpias en un abrir y cerrar de ojos; se anularon citas, ferias, salones y presentaciones. Las empresas y medios de comunicación, distribuidoras, bodegas, etcétera que no cerraron durante la cuarentena, ya fuera de forma temporal o definitiva, se vieron abocadas al teletrabajo (quien pudiera porque una poda no se hace por internet). El trabajo presencial quedó reducido a la mínima expresión, lo mismo que los ritmos, como si un efecto secundario del virus fuera una cierta actitud de brazos caídos.
En VadeVino Editorial intentamos mantener el calendario habitual, pero fue imposible. Los cierres obligaron a hacer un número menos de la revista (se prolonga el plazo de la suscripción un bimestre más pero los gastos no tienen prórroga ni carencia) y a retrasar la aparición del monográfico anual, que salió en septiembre, tres meses tarde.
Se mantuvo sin embargo el esquema de trabajo para la Guía Proensa, que se terminó más o menos en fecha a pesar de las dificultades en el trasiego de las muestras necesarias para las catas, tanto en el envío, con las bodegas a media presión, como también, aunque algo menos, en el transporte. Y se percibe una ralentización en el lanzamiento de nuevas cosechas, lo que en algunos vinos no es negativo porque llegan más maduros y potables, y de nuevas marcas.
En los casos de las presentaciones se han desarrollado las no presenciales, lo que ha supuesto un esfuerzo adicional. Se han dado catas virtuales, con envío previo de la muestra, aunque algún caso hubo de cata seca, es decir, alguien lo contaba en la pantalla y el resto asistía y asentía (o no). Y ha sido esfuerzo inútil para quienes se recluyeron en la España vacía, donde no llegan coberturas de móvil, mucho menos de fibra óptica y el correo electrónico aún se llama Miguel Strogoff por su velocidad y los obstáculos en su camino. Lo que vienen a ser sentirse ciudadano de segunda o de tercera.
Con todo, el autor ha catado un número parecido de vinos, en torno a tres mil, de los que ha seleccionado, con 90 puntos o más, 668, como siempre casi un cuarenta por ciento más de los quinientos que cada año se marca como límite. 668 vinos extraordinarios, de los que 66 ocupan la zona alta, los que el autor califica como emocionantes: 28 vinos con 98 puntos, 31 con 99 y siete en lo más alto, con el redondo cien. A saber: Amancio 17, Barón de Chirel 16, Cirsion 17, Do Ferreiro Cepas Vellas 19, Lalomba Finca Valhonta 17, Tío Pepe Tres Palmas y Torre Muga 16. Seis emocionantes tintos, algunos de los cuales repiten porque mantienen la misma cosecha, y el sideral Tres Palmas, pura magia jerezana.
Son las novedades de una guía que mantiene esquema, con una crónica inicial en la que se resume el discurrir del año y sus hitos más importantes no reseñados en la información de zonas, bodegas y vinos, que ocupa más del noventa por ciento de la guía. Como siempre, con un capítulo por denominación de origen y dos finales dedicados a las denominaciones de origen de pago y a los vinos de la tierra y sin indicación geográfica.
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